Raúl Bravo y yo conducíamos rápido por la autopista cuando chocamos con un bache profundo y el auto se desvía hacia el borde de la carretera. Al salir a mirar el neumático destrozado, me doy cuenta de que estamos rodeados por paredes de dos metros y medio de caña de azúcar. ‘La zafra [harvest] está a punto de comenzar’, cube Bravo, el hombre de Moët Hennessy en la isla.
Bravo es de la bonita ciudad norteña de Matanzas. “Crecí en una familia agradable, en una casa muy humilde”, me cube. El ron formaba parte de todo. Los domingos, en casa de mis abuelos, period dominó y bebía ron, todo el día.’
Tiene el buen aspecto de una estrella de televisión de los domingos por la noche; sus primeros 20 los pasó viajando por la isla cantando a much de chicas gritando. Moët Hennessy lo contrató a principios de este año después de haber hecho algunas películas para ellos.
Me lleva a visitar a César Martí, el maestro ronero con el que Moët Hennessy se ha asociado para producir Eminente, su espíritu recientemente lanzado. Compite con los whiskies de malta y los coñacs, con un precio de venta de alrededor de 45 libras esterlinas. Martí es, en palabras de uno de los competidores de Moët Hennessy, ‘el más genio de todos los maestros del ron en Cuba’.
Después de cambiar el neumático, tengo sed y busco un puesto de guarapo al borde de la carretera. Pequeñas chozas, son una joya de la Cuba rural, que contienen un pequeño molino en el que alguien alimenta la caña de azúcar. Emerge un jugo verdoso lechoso, que debes beber antes de que se agrie.
Es este líquido, un sabor a cielo, que los grandes y oxidados molinos que salpican las 777 millas de longitud de Cuba cristalizan en azúcar, dejando atrás una melaza almibarada que se convierte en ron. En el siglo XIX, estos molinos eran propiedad de plutócratas y los trabajaban esclavos. Cada molino habría tenido un alambique para convertir la melaza en ron sucio.
Pero a fines del siglo XIX, la nueva economía hizo que el ron se convirtiera en un producto secundario rentable. En Santiago, la segunda ciudad de Cuba, un comerciante llamado Facundo Bacardí decidió hacer un mejor aguardiente. Un genio en una familia de ellos, recurrió a los alambiques de columna que le permitieron recoger el aguardiente, el aguardiente afrutado al borde del alcohol de ron más puro. Cortó la destilación a la perfección, por lo que su licor period un placer de beber más que un mero bálsamo para los marineros. Envejeció el materials en roble.
Mientras conducimos, puedo ver restos de épocas anteriores junto a la carretera. Torres de plantaciones, vías de ferrocarril oxidadas que una vez transportaron caña, viejas fortunas en las fachadas desmoronadas de las ciudades comerciales.
El hijo de Facundo, Emilio, fue un héroe cubano y amigo de José Martí, el poeta que debería haber llevado a Cuba a la independencia de España pero que murió en una batalla en 1895. Emilio también trabajó por una Cuba libre, antes de que esa concept se convirtiera en una bebida.
Los Bacardí fueron exiliados de Cuba después de que Fidel Castro llegara al poder. Sus viejas destilerías, como otras, fueron nacionalizadas y comenzaron un largo declive, incluso si los espíritus dentro eran mantenidos vivos por trabajadores que creían en su magia.
Villa Clara es ondulada, verde y salpicada de palmas reales. Los bueyes se refugian del sol bajo vastas ceibas y el camino está lleno de calesas y carruajes tirados por caballos. Las altas chimeneas del ingenio azucarero George Washington se elevan por encima de este paisaje, expulsando humo hacia el cielo azul. En su base, hombres con camisas manchadas y sombreros de paja emergen de una puerta junto a una cita de Washington: “La disciplina es el alma de un ejército”.