
Por Francisco Acevedo
HAVANA TIMES – A veces el silencio habla más que mil palabras. Ese dicho se cumplió el domingo 27 de noviembre, cuando Cuba realizó elecciones municipales y más del 30% de la población se abstuvo.
Las elecciones eran para elegir a los delegados de cada barrio, tradicionalmente figuras decorativas que no resuelven nada por nadie, porque no tienen poder, y simplemente se barajan de una institución o empresa estatal a otra, recibiendo las mismas justificaciones en todas partes, cuando canalizar los mismos problemas, año tras año.
De ahí que sea lógico que a la hora de elegir a estos 12.427 delegados del Poder Standard (potenciales concejales), el 31,5% de la población prefiriera quedarse en casa viendo el mundial de fútbol o salir con la familia.
Esa es la estadística oficial, y creeré que es correcta a menos que se demuestre lo contrario.
De todos modos, la cifra de abstencionismo parece incluso un poco baja, aunque es el doble del abstencionismo de elecciones similares celebradas en 2017. Aquellas se saldaron con un 14% de la población expresando su indiferencia.
Debo agregar a esto que de los votos efectivamente emitidos, otro 5,22% fueron dejados en blanco y un 5,07% fueron anulados. Son más de 500 mil personas que dejaron sus boletas en blanco o las estropearon deliberadamente, en algunos casos incluso garabateando eslóganes antigubernamentales en sus boletas. Sumando esas cifras a las abstenciones, un whole del 41% del electorado -casi la mitad- se mantuvo al margen o se opuso activamente a la farsa electoral.
Volviendo al caso de los indiferentes, conviene recordar que en septiembre de este año, cuando los cubanos votaron para aprobar un nuevo Código de Familia, el 25% no acudió a las urnas; de los votos válidos, el 32% se opuso a la posición respaldada por el gobierno.
La tendencia es clara. Las urnas hablan, ya sea con criterios opuestos o con el silencio, que con el tiempo cube aún más.
No fue solo un capricho lo que llevó al ministro cubano, Bruno Rodríguez, a quejarse de la baja asistencia de votantes ante las cámaras de la televisión nacional.
El Ministro atribuyó la apatía, como siempre, a las campañas en el extranjero promovidas por pequeños sitios internet, acusación que ni siquiera él cree.
Está claro que el trabajo de los “influencers” y de sitios como este, modestamente hablando, ayudan a elevar la conciencia ciudadana. Sin embargo, las autoridades nunca reconocen que los principales culpables son ellos mismos, por su incapacidad para hacer funcionar el país, ya que apenas pueden garantizar un panecillo (ni hablar de la calidad) a la población todos los días.
Agotados por la escasez, los apagones y la represión, la mayoría de la gente ya no quiere tener nada que ver con ellos. Por el momento, la única forma en que pueden expresar esto sin sufrir graves consecuencias es en las urnas.
Además, todo el mundo sabe que un alto porcentaje de quienes ejercieron su derecho al voto lo hicieron por temor a perder su empleo si en sus lugares de trabajo se enteraban de que no acudían a las urnas.
Sin embargo, el punto culminante de la pantomima fue obra del propio presidente cubano Miguel Díaz-Canel, quien se encontraba en medio de una ronda de visitas internacionales, mendigando dólares a los pocos aliados que le quedaban: Rusia, China y Turquía. Interrumpió su gira (muy a su pesar, estoy seguro), para regresar a Cuba y posar ante las cámaras, mientras votaba.
Díaz-Canel ingresó al lugar de votación y firmó el libro de votación con su sonrisa routine, pero luego se dirigió directamente a la cabina de votación sin su boleta. Al remaining, supongo, le da lo mismo al que acaba electo allí. Fue tan ridículo que hasta el private electoral en sus mesas tuvo que reírse, y fue presenciado por televisión por todos. Me extraña que no hicieran otra toma para luego transmitir una versión corregida en el noticiero de la noche, aunque la unique ya había sido transmitida en vivo y period parte de la historia.
Más allá de estas payasadas, es evidente que el monolito milenario del panorama electoral cubano ha ido a su eterno descanso, y que la correlación de fuerzas ha cambiado definitivamente, superada por la cruda realidad.
Con la votación del Código de Familia, Díaz-Canel ya tuvo que reconocer que necesitaban “acostumbrarse” a resultados electorales mucho menos homogéneos que los de la época de Fidel Castro, cuando la asistencia superaría el 90%.
Sin embargo, como period de esperarse tras dar a conocer los datos de las últimas votaciones, Alina Balseiro, presidenta del Consejo Nacional Electoral, aseguró: “los resultados confirman la [Cuban people’s] apoyo a sus representantes y su confianza en la Revolución”. En otras palabras, el mismo discurso de siempre.
Es posible que se enfrenten a otra decepción el 4 de diciembre, cuando los 925 delegados que no lograron obtener más de la mitad de los votos en sus respectivos distritos enfrenten una segunda vuelta. ¿Quién sabe si terminarán asumiendo sus cargos con sólo el apoyo de una minoría en su barrio?
Este es solo el comienzo de un proceso electoral que culminará el próximo año con la elección presidencial. En cada nuevo peldaño de la escalera de este proceso de votación, la participación ciudadana va disminuyendo hasta llegar a los más altos magistrados, que son elegidos con sólo el voto del Parlamento, donde todos los diputados son miembros activos del Partido Comunista.
Las protestas en las calles se han incrementado, a pesar de la feroz represión desatada tras el 11 de julio de 2021. También parece haber un éxodo sin precedentes. Según el recuento oficial, cerca de 250 000 cubanos han partido hacia Estados Unidos desde septiembre de 2021.
Ese número se duplica si se cuenta a los que fueron devueltos y deportados a Cuba durante ese período, más los que han desertado en otras ocasiones, los que se fueron a otros países y los que actualmente cruzan Nicaragua o planean hacerlo en el futuro cercano.
Todos estos factores han incidido en que cada día los cubanos vean cada vez más cada llamado a votar como una oportunidad para castigar al gobierno con su apatía e indiferencia, lo que debería doler tanto o más que el rechazo abierto.